viernes, 11 de mayo de 2012

Albergues les arrancaron 60 sonrisas a los gramaloteros

Sí. Orlando Monsalve, el mismo que meses atrás intentó quitarse la vida ante la desesperación de ser uno más de los damnificados de Gramalote que no tenía dinero, ni un trabajo, ni un sustento para llevarle comida a su familia hacinada en Cúcuta que aún debe tres meses de arriendo, el jueves volvió a sonreír.

Ahora las preocupaciones más graves de este hombre de 63 años, es que el cuadro de su mamá todas las mañanas quede bien centrado, que la rosa que lo bordea sea tan roja como el primer día en que lo decoró y que  -a su parecer- los ojos sean los vigilantes de su nueva casa, uno de los albergues temporales que la Diócesis de Cúcuta le dio para mejorar su calidad de vida.

“Gracias a Dios y a  la Diócesis porque salí favorecido para vivir de nuevo en mi tierra y porque puedo volver a acomodar una cama, una silla, un escaparate y el cuadro de mi madre, que nunca me abandona”, dijo Orlando, mientras doblaba una toalla alusiva al equipo de sus amores, el Cúcuta Deportivo.

Pese a que el once últimamente le ha dado más tristezas que alegrías, el beneficiado decora su refugio con el escudo, pues así siente el entorno que consta de cocina, baño, un espacio pequeño para una sala y un dormitorio.

Pero en medio de los adornos y del trinar de las llaves de la puerta que le da la entrada a un espacio propio en el que aún espera a la esposa y a los hijos, sus ojos encharcados de lágrimas no soportaron más y se desgarraron. Entre la voz entrecortada se le escuchó “estas lágrimas no son de tristeza, sino de alegría. Estoy contento porque por fin tengo algo después de tanto tiempo de espera y además no voy a pagar arriendo; lloro también porque por mi mente pasó el tomar una mala decisión y afortunadamente no se 
cumplió”.

En ese momento de la nada apareció en su puerta monseñor Julio César Vidal Ortiz, Obispo de Cúcuta, quien ayer bendijo los alojamientos y a sus nuevos habitantes. “Hola hijo que Dios te bendiga y cuide a tu nueva casa. Te felicito, la tienes muy bien cuidada”, le dijo la autoridad religiosa a Orlando.

Más que la vivienda, lo que aplaude de verla en pie, es que fueron sus paisanos quienes las construyeron ya que los beneficiados aportaron la mano de obra y aprendieron otros oficios.

En el desaparecido casco urbano, que se destruyó por una falla geológica el 17 de diciembre de 2010, el que era agricultor, en los albergues se volvió constructor, el que era comerciante, aprendió a instalar las puertas y peseros con 35 años de experiencia, como Orlando Monsalve, hicieron dos lavaderos y adecuaron techos de zinc para que las mujeres puedan lavar la ropa.

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